En una hacienda de la antigua Buenos Aires, vivía el señor
Romualdo Lavalle con su señora y sus tres hijas, Socorro, Dolores y
Remedios. Las tres hermosas. Socorro y Dolores estaban comprometidas con
sus pretendientes, en cambio remedios no, ella era menor. La señora Concepción, esposa de Romualdo, la
encontró sola y desamparada cuando era un bebé a la orilla del río Paraná; su
agua era pura, pura como la inocente niña.
La señora la tomó en sus brazos, y de repente el río se apagó como una
vela y en su lugar dejó una flor blanca, hermosa.
El señor Romualdo preocupado por la tardanza fue en busca de
su esposa y la encontró con la niña en brazos.
Le preguntó de quién era y ella le respondió que no sabía, quería quedársela
y discutió mucho para que el señor cediera.
Ambos con la niña y sus dos hijas partieron en carreta hacia
la hacienda donde vivían.
Remedios siempre fue buena, de buen carácter, humilde, le
gustaba ayudar a la gente, repartía comida y sábanas a los mendigos con su
madre, y tenía una belleza sin igual y una gran inteligencia.
En la ciudad también vivía la familia Saavedra con cinco
hijos: tres muchachos y dos jovencitas.
Los hijos eran José, Bartolomé y Manuel y las hijas Enriqueta,
Manuelita. José era un soldado que volvió
de una de las batallas por la Independencia, mal herido.
Un día como cualquier otro, Manuel pasaba por la plaza cuando
escuchó el llanto de la joven Remedios y fue en su búsqueda, la encontró entre
las flores, le preguntó por qué lloraba pero la muchacha no contestó. Manuel se ofreció a llevarla a su hogar, pero
en ese momento llegó Concepción y agradeciendo la invitación y invitó a
cenar. Manuel también las invitó a la
tertulia que haría su padre esa noche.
Romualdo sufrió una crisis de salud y tuvo que viajar con
Concepción. En poco tiempo Dolores y Socorro
se casaron y Remedios quedó bajo la tutela de Consuelo, la madre de Manuel.
Pasaron dos meses, lo suficiente para que floreciera el amor
entre Remedios y Manuel, pero ninguno se atrevía a confesarlo.
Los padres de la niña regresaron, justo en la época en que Remedios
y Manuel al fin pudieron confesarse su amor.
La luna fue testigo del beso más dulce y hermoso entre ambos.
Manuel decidió confiar sus sentimientos a Concepción, al
llegar Remedios, ella le preguntó si sentía lo mismo por Manuel y lógicamente
le respondió que sí. Luego llegó
Romualdo, pero sorpresivamente, al enterarse de la noticia se opuso, porque
había dado la mano de su hija a Gregorio Güemes, quien llegaría en pocas
horas. Una fuerte discusión se desató,
Manuel se fue ofuscado y abatido y Remedios comenzó un llanto interminable.
El día de la boda con Gregorio, a Remedios se la vio entrar
resignada a la iglesia y al llegar al altar no pudo soportar tanta injusticia y
salió corriendo. Su actitud provocó un
gran escándalo en la sociedad de la época.
Gregorio corrió tras ella avergonzado y furioso y también
corrió Manuel, quien había sido testigo de su entrada, escondido. Fue Gregorio quien la alcanzó primero, y
comenzó a rogarle que volviera, pero ante su negativa, comenzó a
golpearla. Manuel se interpuso entre
ellos y refugió a Remedios tras él.
Romualdo y Concepción presenciaron esa violenta escena y el señor, quien
seguía delicado de salud, sufrió un gran dolor en el pecho y se desplomó. Concepción y Remedios intentaron socorrerlo,
pero lamentablemente no lo lograron.
Manuel lo levantó en brazos y lo trasladó a su casa. Pero la tragedia los enlutó, porque Romualdo
no logró sobrevivir.
Al cabo de unos días, Concepción le permitió a Remedios
casarse con Manuel y al salir de la iglesia apareció el espíritu de Romualdo y
les deseó “lo mejor del mundo”.
Remedios suspiró y murmuró “gracias papá”.
Paloma