El
25 de julio, al querer apretar la letra A, advertí en el meñique de mi mano
izquierda una tenue verruga. El 27 me
pareció considerablemente mayor. El 3 de
agosto logré, con ayuda de una lupa, discernir su forma. Era una suerte de diminuto elefante: el
elefante más pequeño del mundo, sí, pero un elefante hasta en su ínfimo
rasgo. Estaba adherido a mi dedo por la
extremidad de su colita. Así, prisionero
de mi meñique, gozaba, sin embargo, de libertad de movimientos, salvo que su
traslación dependía por completo de mi voluntad.
Con
orgullo, con temor, con dudas, lo exhibí ante mis amigos. Sintieron asco, dijeron que no podía ser
bueno tener un elefante en el meñique, me aconsejaron consultar a un
dermatólogo. Desprecié sus palabras, no
consulté a nadie, rompí relaciones con ellos, me dediqué por entero a estudiar
la evolución del elefante.
Hacia
fines de agosto agosto
ya era un lindo elefantito gris, de la longitud de mi meñique, aunque bastante
más voluminoso. Yo jugaba todo el día
con él. A veces me complacía en
fastidiarlo, en hacerle cosquillas, en enseñarle a dar volteretas y a saltar
mínimos obstáculos: una cajita de fósforos, un sacapuntas, una goma de borrar.
En
esa época me pareció oportuno bautizarlo.
Pensé en varios nombres tontos, y en apariencia, tradicionalmente dignos
de un elefante: Dumbo, Jumbo, Yumbo …
Por último preferí llamarlo Elefante, a secas.
Me
encanta alimentar a Elefante. Yo
diseminaba sobre la mesa migas de pan, hojas de lechuga, trocitos de
césped. Y, allá lejos, en el borde, un
pedacito de chocolate. Elefante,
entonces, pugnaba por llegar a su golosina.
Pero, si yo ponía firme la mano, Elefante jamás podría alcanzarla. De este modo, yo ratificaba que Elefante no
era más que una parte, y la más débil, de mí mismo.
Poco
tiempo después, digamos, cuando Elefante había adquirido el tamaño de una rata,
ya no pude gobernarlo con tanta facilidad.
Mi meñique resultaba demasiado flaco para resistir sus ímpetus.
En
ese entonces yo aún conservaba la idea errónea de que el fenómeno solo
consistía en el crecimiento de Elefante.
Me desengañé cuando Elefante fue tan grande como un cordero: ese día
también yo fui tan grande como un cordero.
Esa
noche, y algunas más todavía, yo dormí boca abajo, con la mano izquierda fuera
de la cama: en el suelo, a mi lado, dormía Elefante.
Después
…
Fernando Sorrentino
cada escritora resuelve el final del cuento
…
Elefante creció grande como una vaca y yo también crecí como una vaca.
Él,
fue creciendo y yo también fui creciendo.
Elefante
fue mi mejor amigo. Siempre me ayudaba
en la tarea de la escuela y comía conmigo.
Hasta
que el 21 de setiembre, se desprendió de mi meñique. Nuestra amistad se apagó, su ayuda ya no estuvo más.
Lo
único que podía hacer, era llevarlo al zoológico.
Antes
de despedirme, mi mamá me dijo que nos íbamos a mudar al zoo. Cuando llegamos, jugué con Elefante y fuimos
felices por siempre.
Candela
A.
…
A la mañana Elefante y yo nos levantamos, tomamos la leche y nos fuimos a
jugar.
Cuando,
de pronto, encontramos una pelota que tiraron por el tejado. Era grande y al moverla tenía polvo. Como no teníamos pelota, usamos esa.
Cuando
se la paso a elefante se despegó solo, después nos pusimos a pensar que fue por
la pelota que tenía polvillo.
Le
mostré a mamá y tuvimos que llevar a elefante al zoológico. Fuimos a visitarlo todos los días hasta que
se acostumbrara a estar en el zoológico.
Elefante
se puso triste pero cuando vio a otros elefantes se puso muy feliz.
Candela
…
Después, al otro día, fui a la escuela y mis amigos se asustaron más
todavía. Y sí, ellos me terminaron
convenciendo: fui a un dermatólogo.
Él
me dijo que no había solución, así que volví a casa, tomé la leche y me fui a
dormir la siesta, y cuando desperté, ya no tenía nada y dije:
_ ¡Ah! Lo voy a extrañar, pero bueno, ¡¡se me
fue al fin!!
Al
otro día fui entusiasmado al colegio y le dije a mis amigos.
Ellos
también se pusieron contentos.
Berenice
…
después yo corté la luz y Elefante se escapó.
Mi
mamá me dijo:
_
¿Lo viste a elefante? Lo buscamos y no
lo encontramos.
Al
día siguiente le dije a mi mamá:
_
Yo corté la luz para que se escapara.
_
¿Por qué lo hiciste? –dijo mi mamá.
Y
yo contesté:
_
Porque no lo quería.
Pasaron
diez días más y Elefante volvió a casa.
Todos
celebramos porque él volvió.
Agustina