Juan fue a caminar y vio a una muchacha. No pasó ni medio segundo para que su corazón acelerara el pulso.
La joven subió a su objeto terrenal que la trasladó rápidamente a algún lugar, con tan sólo cuatro ruedas.
Él, la buscó hasta por debajo del suelo. Abandonando sus esperanzas fue más allá de las colinas, más allá del horizonte, atravesando mares, paisajes, peligros, llegó a una casa y la vio. Quiso acercarse, no lo dejaron. Les pidió hablar con ella, no lo entendieron. Se desesperó. Preguntó su nombre, si tenía posibilidad de verla de cerca. ¿Para qué? Lo encerraron.
El padre de la joven fue junto a él, le habló. Juan no entendió nada. Pidió que lo sacaran. El señor le hablaba. Juan no respondía, entonces el señor elevó la voz. Su rabia aumentó, estuvo a punto de pegarle cuando en ese momento la joven gritó ¡NO!. El padre casi estalla. Discutió, no demasiado, con la joven. Se sintió incómodo. Liberaron a Juan. La joven le explicó lo sucedido. Se fue al igual que él.
Lo que había sucedido fue justamente por no entenderse. Los demás pensaron que se estaba burlando y lo encerraron. El señor preguntó a Juan, quién era, qué quería, por qué fue allí. El no contestarle lo enfureció.
Juan se pregunta por qué la joven habla igual que él. Le sonríe la joven y entra. No los vuelve a ver.
Paloma