

Un buen día un pececito se rompió la cabeza porque se golpeó con una pequeña alga que era muy dura. ¡Uy, cómo duele eso!
Otro
pececito lo buscó y lo encontró, pero también se golpeó la cabeza con una bala
de cañón.
A los dos,
se les abrió la cabeza. Para curarse,
arrancaron una plantita del mar y se la pegaron con pegamento en la
herida. Después les pidieron a sus mamás
pez, curitas con dibujos de chicos y se las pegaron.
Uno de los
pececitos se casó con su novia y fue muy feliz.
El otro
pececito cocinó una rica comida. Cortó
cosas en cuadraditos, las puso en un sartén, agregó sal y pimienta, abrió la
puerta del horno, metió todo adentro … y se sentó a esperar.
Pero como
en otros cuentos, acá pasó algo malo.
Apareció un tiburón, grande, gris y mostrando los dientes. ¡Hambriento el tiburón! Y se robó la comida.
Los
pececitos amigos decidieron navegar en un bote, por debajo del agua,
claro. Vieron piedras, bolitas de
vidrio, hojas verdes, un zapato, peces multicolores y algunos transparentes.
Conocieron
nuevos amigos, un pulpo ¡lleno de brazos! y un cangrejo chiquito y feliz.
¿Qué
podrían hacer ahora los cuatro amigos? Pensaron, pensaron, pensaron y pensaron.
El pulpo
movió su brazo número ocho y sacó de un bolsillo el libro de cuentos “El ojo
loco”.
El cangrejo
empezó a leer. El pececito con su novia,
el otro pececito y el pulpo escucharon muy atentos las historias del libro y …
este es el final según cada pequeño
escritor
Valentín: vivieron
felices por siempre.
Jeremías:
tuvieron hijitos.
Tomás: se dieron besos.
Lucas: le regalaron un
regalo al pulpo.
Lautaro: yo … nada. No quiero que termine.
Tomás nos
visitó y compartió la clase.
Es
compañero de los chicos en el jardín y nieto de Lidia, la presidenta de la biblioteca.
Gracias por
venir. ¡Te esperamos!