Hace mucho tiempo conocí a un duende con un parche negro y una espada de lata. Él era muy GORDINFLÓN.
Tenía un barco con velas de papel y una mojarrita era su mascota que lo acompañaba en todas las navegaciones por los mares nuevos y viejos, océanos pacíficos y atlánticos.
Un día, yo lo acompañé a uno de sus viajes.
Él era muy travieso, pero cuando nos bajamos en las Islas Filipinas casi nos matan, pero no, porque Noelio, el duende, nos salvó con su espada de lata.
Los indígenas, cuando vieron que nosotros dos estábamos distraídos, nos hundieron el barco, porque el duende se olvidó de poner el freno.
Cuando volvíamos al barco para regresar a casa, ya no estaba más. El duende recordó que cuando nos bajamos no puso el freno. Cuando bajamos del barco, él bajó el cañón que dispara bolas de algodón.
Los indígenas no sabían lo que era un cañón, entonces les explicamos y nos armaron una embarcación más bella que la otra.
El duende y yo pudimos volver a casa.
Yo lo extraño al duende y le pregunté a mi mamá:
_ ¿Mami, podemos quedarnos con el duende y su barco?
Mamá dijo:
_ Bueno, si es que no hace nada …
Yo dije:
_ ¡SÍÍÍÍ!
Berenice