Las profecías sangraron verdades.
Los sacerdotes ensamblaron amuletos
contra la avaricia.
Los aguerridos valientes acechaban
en la América verde.
La piedra cortó la pólvora en el aire
y el hombre de la tierra
abrió con sus manos
las armaduras.
Pero el sol no pudo
alumbrar el mismo prado todo el día.
Quebró el suelo la guerra
que los pájaros acromáticos
y los cuadrúpedos silvestres
no querían ver.
Una bola de plomo
atravesó un pecho oscuro.
Los árboles también murieron.
Lluvias llegan a lavar de sangre
las tierras doradas.
Arrastran la muerte hasta el mar...
hasta los barcos que navegan en naufragios.
El último guerrero yace.
Su prole
se oculta.
Ayelén