En esas tres paredes y una reja, esa persona está encerrada. Se siente como un canario en una jaula.
Está preso, no es tan malo. Lo hizo por error, y ahora está en prisión.
No puede respirar, hace años que el aire fresco no penetra en sus pulmones.
Extraña los árboles, extraña correr por la plaza. Hace años que no escucha a un niño reir.
Ya hace mucho tiempo que se abandonó a la soledad. Es el centro de todas las burlas, y los otros no saben que sus palabras, duelen, le duelen en el corazón.
La humedad es la molestia siempre presente en las paredes. El olor a encierro y abandono son asfixiantes.
No tiene compañero de celda.
Su familia no lo perdonó por lo que hizo.
En las noches se ahoga en sus propias lágrimas. Se despierta de un salto llorando. Se le aparece el espíritu de esa niña en sueños.
Le otorgaron prisión hasta la muerte. Toda su vida.
Su piel, ya es polvo de tanto dormir en el suelo, sucio. Tantas noches sintiendo el frío en su espalda y en sus riñones.
¡Cuánto tiempo hace que no sonríe! ¡Cómo extraña a su familia!
Se rindió, y en su libreta, en la que anotaba “las cosas que no saben de mí”, en forma de poesía, escribió:
No saben que también
ese ser humano
ya fue perdonado
por su pecado
y que el destino
quiso que se fuera al paraíso.
Y se acostó en ese odioso piso, para dormir y nunca despertar, y rendirse ante el sueño eterno.
Encontraron su cuerpo allí, con su libreta en la mano. La madre la agarró. La leyó, largó una lágrima, luego otra, luego se convirtió en llanto que fue contagiando a todos al leer esas páginas.
Su mamá le besó la frente, tomó su mano, se la llevó al corazón, y cerrando los ojos le pidió perdón en silencio. Le dijo que lo amaba e incontables veces más, perdón por todo.
Se paró, abrazó a su hija, y se fue, porque no quería seguir sufriendo. Ver el cuerpo de su bebito ahí tirado, era una imagen muy fuerte para soportar.
El resto se despidió de él, y ordenaron a la policía, cremarlo.
Micaela