Había una vez una nena que siempre a lo lejos, en el bosque, veía una luz brillante.
Fue a preguntarle a la mamá “¿puedo ir a ver esa luz brillante?” y la mamá le dijo “no, es muy de noche”.
Le preguntó a la noche siguiente “¿puedo ir a ver esa luz brillante?” y la mamá le dijo que “no” y se cansó. Fue despacio hacia la puerta y fue al bosque. No lo podía creer, era una pulsera. Regresó a la casa y le dijo a la mamá “encontré una pulsera” y la mamá le dijo “hija, encontraste una pulsera de oro, dame esa pulsera”. La hija le respondió “es MI pulsera”.
La nena se fue a dormir y guardó la pulsera en una caja de música, su favorita. Entonces, la mamá aprovechó a sacarle la pulsera, se fijó en el ropero y no estaba, se fijó debajo de la mesa y no la encontraba, y tuvo una idea “ya sé, está debajo de la cama” y se fijó y estaba. La sacó y la escondió bien.
A la mañana, la nena quería agarrar su pulsera. Agarró la caja y no estaba. Se desesperó y le preguntó a la mamá “¿sabés dónde está mi pulsera?” “no”, y la nena no le creyó. Llamó a la prima que era experta en encontrar cosas y encontró la pulsera que estaba en el bolsillo de la mamá. Se la sacó y no se la dió a ninguna de las dos. Les dijo “¡no se la voy a dar, esta pulsera sólo causa problemas, la voy a esconder!”.
La prima la iba a esconder en el fondo de la tierra. La nena y la mamá se enojaron y vino el primo con un detector de metales, se fijó en todos lados y la encontró en el fondo de la tierra.
Como la nena y la mamá querían sacar la pulsera, pero estaba muy al fondo, tardaron dos semanas.
Al recuperarla, decidieron donarla a los pobres.
Luciana M.