Él era el malvado de la escuela, nos quitaba nuestros libros y los tiraba al piso, se burlaba de todos.
Yo era petisita, usaba anteojos, no era tan gorda. Se burlaba de mis pecas, si no le hacía la tarea me quitaba los anteojos y se reía porque yo no podía ver.
Era su muñequita de juguete, le decía a la maestra y típico de él, se hacía el santo y me dejaba como una mentirosa.
Decidí entonces, que ya no sería más su títere. Puse una cámara en su ropa, grabando todo lo que hacía en su casa. Descubrí asombrada que jugaba con ositos de bebés, miraba Piñón Fijo y tenía toda una colección de figuritas. Era malvado y a la vez aniñado.
Al día siguiente, como siempre, venía a burlarse de mí. Me sacó la mochila y tiró todo lo de adentro, entre las cosas estaba el CD donde estaba grabado además de sus niñerías, las burlas y humillaciones que hacía en la escuela y en el barrio. Cuando lo vió grité ¡NO!, pero lo tomó y se lo guardó, supe entonces que era mi fin.
Al otro día me reclamó. Tiró mis anteojos y estaba a punto de pisarlos cuando le supliqué que me los devolviera.
El director escuchó lo sucedido y se lo llevó. Supe después que llamó a su madre y le dijo que lo calmara a su hijo o lo expulsaría.
Cuando salí de la escuela lo encontré, mejor dicho él me encontró. En ese momento pensé que terminaría lo que no pudo en la escuela. Pero no, me pidió disculpas, me abrazó y me dijo que lo perdonara.
Lo perdoné. Pensé que en verdad estaba arrepentido. Unas carcajadas señalándome se multiplicaron. No me dí cuenta, él me había pegado en la espalda un papel que decía “NOÑA”.
Él no cambiaría.
Paloma